miércoles, 17 de septiembre de 2014

8 La injusticia no se debe tolerar

Esa maravillosa tarde de septiembre se alzaba un día soleado, más que los de costumbre, el calor era abrazador. Siempre tengo problemas con el calor casi no me deja pensar, mi frente estaba perlada por el sudor, acabe empapando todo el uniforme de clases. Para esas fechas a los de mi nivel los llamaban lindos azulejos. El liceo, una buena etapa en mi vida, fortaleció mi carácter en ciertas formas.
Es importante estudiar. Sí que lo sé. Aun ronda en mi mente aquella idea de estudiar por mi cuenta, pero ¿cómo…?
Fuera de todo lo que me esperaba yo tenía la mejor disposición para emprender ese viaje lleno de aventuras, sabía que los amigos nunca me faltarían, y, ahora a falta de un profesor tendría uno por materia.
            Tuve el maravilloso orgullo de conocer a la maestra de Familiar o lo que en otros tiempos era Formación Moral y Cívica. Por lo que logro recordar, su cara era fina y alargada, una barbilla puntiaguda de sonrisa muy escasa o mejor dicho nada, ojos como dos cuencos profundos y sombríos, su carácter, bueno, su carácter era más que terrible. Todos llegamos a tenerle miedo. Cuando aparecía más de uno temblaba.
La primera vez que la vi, no imagine que tendríamos una conversación sobre la justicia, ni ella creo se lo esperaba, estoy seguro de eso por sus respuestas.
            Ese verano fue uno de los más calurosos que recuerdo en mi infancia. El detalle es que me quede a jugar en la entrada “TUNEL” (un juego con cartones de leche de cuarto, aquello consistía en pasarlo por el medio de las piernas del compañero, si eso pasaba uno gritaba “TUNEL”, y, a patada limpia al contrincante. Seguramente les parezca un juego algo raro).
            El edificio donde pasaría los próximos seis años de mi vida  contaba con tres plantas de aspecto un tanto carcelario, una biblioteca, la cantina, un salón de reuniones, la dirección y otros tantos escondrijos que pronto descubriría. Tenía un pequeño jardín con rosas chinas o cayenas pero estaban todas marchitas con un tono rojo seco laceradas por el sol, la grama no era verde aunque si de un marrón claro y bordeada de maleza. El patio donde nos formaban tenia dibujado unas aéreas que simulaban una cancha de básquet y digo simulaban porque no habían canastas, el asta de la bandera nuestro icono vespertino, estaba más que oxidada, hacía rato que no le daban mantenimiento, la imagen que logro enfocar es algo un poco deprimente, aunque igual estaba muy contento. Los bancos estaban ubicados alrededor del patio, eran de cemento puro, al hacer contacto con el sol los asientos se convertían en planchas de asar traseros, ¡nadie se podía sentar!
La fila era un reto para nosotros. Por costumbre los de grados superiores guiaban a los nuevos, una vez formada era el momento del Himno Nacional. ¡Ah, y de rezar un Ave María!
El himno me inquietaba al principio. Luego de mil planas aprendí a quererlo. El castigo tiene un efecto analgésico en la personas, a mi me pasó.
Lo del rezo lo hacía sin problemas, ya estaba acostumbrado. Para un puñado de mis compañeros rezar a la virgen era una ofensa. Fueron llevados al frente en presencia de todos, aquello me pareció indigno, el problema es que ellos profesaban otra religión, y a todas estas fui obligado inconscientemente a participar en una de las más grandes injusticias. Era impropio. Si estábamos todos para estudiar, ¿por qué la exclusión?
            Al finalizar el acto, la maestra se encontraba erguida al lado de una de las vigas del edificio, evitando que el sol la golpeara, mostraba un semblante tenebroso. Tras ella permanecían los jóvenes que fueron excluidos del rezo. Vi la necesidad de acercarme, lo hice sigilosamente, noté que sus ojos se clavaron sobre mí con frialdad. Pero estaba decido, nada lo cambiaría.
–Buenas tardes –afirme con voz grave.
–Buenas…–elevo sutilmente la parte superior izquierda del labio en señal de rechazó.
            Me caracterizaba por pregunto, además la intimidación en mí, no funcionaba. Y tenía claro que buscaba una respuesta a aquella situación.
–¿Por qué los separan del grupo? –mientras blandía mi mano apuntado a los compañeros qué permanecían tras ella.
La algarabía frente a la escalera era sorprendente, la emoción por entrar a clases fue impactante, al parecer un compañero tropezó con el orillo de un escalón, y ocasiono el alboroto. Yo por un instante casi pierdo el objetivo de lo que me aquejaba “la injusticia”.
–Es una regla y debe cumplirse –respondió con vos cavernosa, giro en redondo, y exclamó con euforia–; ¡compórtense que esto no es un mercado!
La gran mayoría atendió a la petición de la maestra iracunda, otros ni la alcanzaron a oír, aunque eso bastó para que se empezara a caminar en orden y yo retomara el hilo. Ella tenía ese fuego en los ojos,  llegue a tener claro que su don de mando estaba ligado a la seriedad y firmeza.
–Y, ¿Quien la dispuso así? –pregunté en tono dubitativo.
            La respuesta no se hizo esperar, volvió hacia mí y dio dos pasos lentamente, observé como su mano derecha se posaba sobre mi cabeza, intento reír pero no le fue posible, sólo un sutil guiño de su ojo derecho alcance a ver.
–Son reglas para la educación del país.
–Sí, pero –encogí los hombros con incredulidad– ¿quién las impone?
–Bueno, existe algo que se llaman leyes que rigen al país y todo a nuestro alrededor, para la educación existen deberes y derechos, pero en especial para las religiones. Y como ellos no son Católicos.
–Entonces, ¿Profesan otra religión? –interrumpí con tono melancólico.
–Exacto existen diversas religiones pero te voy a contar un secreto aquí entre nos, “Dios es sólo uno”, y además todas las religiones tienen algo en común “el Pentateuco”.
–Está bien, pero –respire profundamente–: no veo justo que los saquen de las filas haciéndolos ver diferentes, simplemente deberían dejarlos donde están ¿no lo cree?
Su semblante cambio por completo, giro en dirección a ellos dándome la espalda, informó al grupo que yacían inmóvil esperando –ya pueden ir a sus aulas–, rompieron su formación y, así sin más se retiraron. Al voltear ella ahí estaba yo plantado, esperando. Se hizo una pausa corta, me miro fijamente, esta vez era una mirada relajada y pasiva. Sus labios lucharon contra su razón tratando de dibujar una risa pero permanecían pegados.
Ya estábamos en el tema y yo no lo dejaría para después.
–Enserio –dijo.
–¡Sí! –exclamé
–No hijo, se te hará difícil, sabes que las leyes se hacen en una asamblea –se mostro algo misteriosa y a su vez agradable.
–Y, ¿Qué es una asamblea?
–Mira –empezó a caminar a grandes pasos directo a su aula, iba a llegar tarde y sus alumnos ya la esperaban impacientes, yo la seguía por todo el corredor no quería perder ni un segundo de tal explicación–, muchas personas participan y deciden que le pasará al país, en la actualidad solo tienen que firmar un papel y decir ejecutase, a nosotros lo que nos resta es acatarlo, sea justo o no.
            Aquello me dejo horrorizado. Si era justo o no lo decidía un pequeño grupo.
            Los que sufrían ahora eran mis compañeros por el simple hecho de profesar otra religión, y no era justo.
–Las leyes son lo peor –dije en tono despectivo.
            –Mira que niño. Seguro vas a tener problemas con unos cuantos maestros, si sigues diciendo eso, ya pronto te veré, seguro que no terminas los estudios y te vuelves un mendigo o peor aún un político.
            Llegados a este punto no iba a parar por nada, estábamos frente a las escaleras apunto de subir el primer escalón.
            –Y, ¿Qué es un mendigo? hasta ahora no creo tener una definición clara. Fíjese: tres cuadras más abajo de donde estamos se encuentra la Plaza Bolívar, ahí, hay un viejo mal vestido que según todos le llaman “el mendigo”, hasta donde tengo entendido y por la referencia que usted me está haciendo; es alguien que no pregunta.
–Así mismo es. Oye pero estas muy entendido.
–Bueno eso se lo debo a mi familia. Pero sigamos. Resulta que me senté a conversar con “el mendigo”, hablamos sobre la igualdad y la humildad que difícilmente recuerdo con lujo de detalles, pero a fin de cuentas me dijo que todo hombre debe respetar al otro según sus creencias. El hecho es que jamás debemos juzgar a otro por su religión, entonces ¿por qué lo hicieron? Y ¿qué es eso de pentateuco?
–Que broma contigo, estudia y lo sabrás. Por ahora debo ir a dar clases y tu entrar a la tuya.

            Durante un tiempo pensé que esa maestra podría brindarme las respuestas a mis dudas, veía en ella la posibilidad de calmar mis intrigas y por un tiempo en cierta forma lo hizo, pero...
            Al poco tiempo enfermó gravemente, tenía tres hijos. El mayor de ellos nunca lo conocí, el del medio buen muchacho pero un tanto sombrío y misterioso, físicamente igual a ella y el último el menor tendría un accidente fatal automovilístico.
Ella padecía Cáncer lo tenía alojado en los pulmones, al parece fumaba en exceso esos cigarros Marlboro.

            Por tiempo muy corto no dejo que la enfermedad se la consumiera sin antes batallar, pero el día qué se entero de la muerte de su hijo (al parecer llevaba puesto el cinturón de seguridad, pero cuentan que al momento del choque su cabeza actuó como un látigo provocándole el desprendimiento del cuello la muerte fue instantánea), todo en su vida cambio, lo demás dejaría de tener sentido, dejo que todo lo que sentía saliera a flote su rostro cuerpo se torno cadavérico y demacrado los años la abrazaron con tanto esmero su imagen deprimente y triste no quedo rastro de lo que fuera antaño, ahora era una mujer sombría, taciturna y angustiada, dejo de cuidar de su propia salud, pero díganme ¿quién no?, al poco tiempo simplemente murió.

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