jueves, 11 de septiembre de 2014

7 Empecé a conocer a Dios

Aprendí a leer y a conocer a Dios gracias a sus esfuerzos. Todo comenzó con mi preparación espiritual. Ella desde muy joven se dedico a la costura, la situación del país la obligo al igual que a mi madre a trabajar desde muy pequeña, tampoco pudo culminar sus estudios, pero, llego hasta el bachillerato si mal no recuerdo.


Por sus largas conversaciones y consejos decidí emprender el viaje por la lectura. Sé que ella sigue dedicándole muchas horas a la lectura (sí que lo sé, estoy en constante comunicación con ella). Fue entonces cuando hablamos de temas importantes que cambiarían mi pensamiento, en especial sobre la Religión.
La Biblia, ese documento que resulta ser la base de toda la existencia humana, algunos dicen que es simple religión otros que es un manual. Bueno, a lo mejor llevarán razón en lo que dicen, esa es la fuente fundamental de mis estudios y le brindo apoyo a mi preparación espiritual.
Como era costumbre por aquellas fechas mi tía se encargaría de la elaboración de nuestros uniformes para el inicio a clases (era más barato hacerlos que comprarlos, “buscar siempre la economía” era el lema), nos tomaban las medidas y, ¡ah, comprar telas…!
Estábamos sobre el tiempo, una rara costumbre en ella (Siempre tarde). Aquel día al fin me terminarían el uniforme para ir a clases.
–¡Venga sobrino, para que se mida el pantalón! –grito ella desde lo lejos.
Estaba solo en la habitación contigua, como de costumbre.
–Ya voy tía, es que la novela...
Hipnotizado y pendiente sin despegarme ni un instante de mí mejor amigo “El Televisor”, porque estaba a punto de empezar la telenovela y siempre en su parte más buena, de eso no tengo duda, cada capítulo tenía la facilidad de atraparme por completo. Brincando de un lado a otro y haciendo piruetas en la cama hasta más no poder, construía mi casa entre las sabanas y así en la soledad me divertía frente a mi fiel amigo.
–Ya está listo, venga a probárselo.
–Voy… –respondí con un grito. Salí corriendo tanto como me lo permitieron mis pequeñas piernas, al llegar al umbral del cuarto de costura, la vi, ahí en su rincón favorito, recostada en su silla de mimbre frente a su máquina Singer de coser (con su maravilloso mecanismo de movimiento; hacia arriba y hacia abajo y su aguja movida por un pedal, que la hacen una excelente herramienta trabajo, creado por un tal Isaac Merritt Singer para la fecha del año 1850), su rostro dibujaba una alegre y soñadora mirada, aunque los ojos un tanto rojos por el trasnocho, no había descansado nada para terminar los uniformes.
–Mira, éste es tú pantalón para que inicies clases –musitó.
Aun me encontraba embelesado con aquella escena que mis ojos podían admirar,  en ese momento recordé la telenovela, tenía que apurarme, cerré mis ojos fuertemente como para despertarme y ladee mi cabeza de un lado a otro, me acerque a ella y tome de sus manos la prenda, procedí a probármela tan rápido como me fuese posible, pero, al terminar todo pensamiento que podía albergar por la novela paso al olvido.
–¡Qué bonito…! –exclamé con euforia.
–Solo me falta ponerle los botones –esbozo una sonrisa que dejaba entrever levemente sus dientes. Hizo un ademan con su mano señalando el espejo–. Vamos mírate.
Gire en redondo e hice una pausa. Mientras me miraba en el espejo, deje caer mis manos tome entre el pulgar e índice y frote suavemente la gabardina. Observé sus cortes perfectos, era una tela especial, no se le pegaría ni la pelusa.
Ahí parado frente al espejo contemplando aquella imagen tan reluciente fue cuando escuche.
–Sabes, aun no terminamos el conjunto de la confirmación. No conseguimos el material –exclamó con tono dubitativo.
Estiro su mano para alcanzar el cigarro que yacía ausente en el cenicero mientras se consumía lentamente, lo tomó entre los dedos índice y corazón para llevárselo directo a sus labios. Dio una profunda calada. Vi claramente como se le ensanchaban los pulmones.
Llego a mi mente un pensamiento fugaz que me invitaba a reflexionar. Discretamente me quitaba el pantalón. Así que pensé en lo que el sacerdote del pueblo me había gritado al salir de catecismo delante de todos mis compañeros – ¡hijo recuerda prepararte para el acto de conciencia!–. Yo estaba furioso por aquella escena a la que estuve expuesto, no tenía una idea clara de lo que me decía pero imaginaba que era algo malo, porque mis compañeros se burlaban diciéndome cosas extrañas, ahora sé que seguramente ellos tampoco sabían que era. En fin, a ellos no se les dijo nada. A mí, no sólo me lo dijo,  sino me lo grito, se podrán imaginar cómo estaba.
–Tía, puedo hacerte una pregunta.
Aparto el cigarro de sus labios y lo devolvió a su origen.
–Sí, claro, ¿por qué no?
–¿Qué es el acto de conciencia? –dije con voz pausada.
Ella inhalo y exhalo como si la vida se le fuera en ello, al mismo tiempo que me recibía el pantalón para poder terminar los detalles. Reposo la prenda sobre sus piernas, tomo en sus manos aguja e hilo. Paso el hilo por el ojo de la aguja con una habilidad inigualable. Entre pantalón y botón en mano comenzó a coser, al mismo tiempo que decía.
–¡Ay sobrino, si te contará! –su tono de voz dejaba entrever que sabía la respuesta y más.
Aquello ya me preparaba para una larga conversación. Me preguntaba –¿por qué los adultos son tan complicados?–; pero mi tía audazmente buscaba las palabras adecuadas para hacerme entender de manera simple los temas complejos, y eso me gustaba.
–Bueno a ver cómo te explico –arguyo adustamente–: para que no te quedes con dudas. Pero primero dime ¿por qué la pregunta?
–Hoy en la mañana al salir de catecismo el sacerdote me grito, que no me olvidara del acto de conciencia. Y sentí que me lo dijo de mala gana.
–Será el examen de conciencia, es así como se llama –manifestó.
–¡Examen!, con mi suerte seguro lo raspo. –interrumpí con voz temblorosa.
–No, aun no entiendes –exclamó–, pero déjame terminar, lo que pasa es que eres muy agitado y no prestas atención.
–Está bien, pero dime entonces, ¿qué es?
Ella dejo el pantalón y la aguja sobre la maquina coser, tomo nuevamente el cigarro y dio otra calada e inmediatamente lo devolvió al cenicero, su mirada ya no era la de agotamiento, sino una mirada adusta, expedía el humo grisáceo desde sus orificios nasales como una cascada.
–Un examen de conciencia. Término que se usa en la religión a fin de hacernos una evaluación sobre nuestras acciones mediante el conocimiento de nuestro ser. Al principio es complicado pero solo se trata de: que hicimos o dejamos de hacer. 
–Algo complicado, ¿no?, entonces el sacerdote me pide imposibles. Yo no sé que he dejado de hacer ni que quiero hacer.
Se levanto de la silla, sus rodillas crujieron fuertemente a lo mejor por el tiempo que estuvo sentada, levanto sus brazos apuntado al cielo, se estiro. Nuevamente inhalo y exhalo todo el aire que le fue posible, llevo su mano nuevamente al cenicero pero en ese momento se percato que el cigarro se había consumido por completo, solo quedaba colilla de él, pareció no importarle.
–Ven sígueme a la cocina tengo ganas de un café, la conversación será un poco más larga –sonrió sutilmente.
En aquel momento había olvidado por completo la telenovela, así que me di media vuelta para seguirla, ella daba grandes pasos por pequeña que fuera, desde muy joven era una excelente atleta de fitness. Llegamos a la cocina, sirvió agua en una olla mediana y la coloco a hervir. Tomo asiento para reposar y continuar con la conversación. Yo al pendiente del que dirá.
–Donde íbamos –preguntó.
–En hacer y dejar hacer.
–Cierto, mira –se llevo el dedo índice y corazón sobre la sien haciendo unos pequeños círculos y el pulgar sobre la mandíbula cerca de la oreja, cerró los ojos con parsimonia y exclamo–; resulta que eso es lo más importante, el hacer y no hacer de eso trata la vida, así radica nuestra existencia, como te dije el termino es usado en la religión como parte de su formación, aunque nosotros constantemente hacemos tal evaluación.
–¿Cómo es eso? –pregunté con sorpresa.
–Te voy a poner un ejemplo. Fíjate tus amigos se reían de ti sin razón alguna. Eso es algo malo, si tú lo haces con otra persona será igualmente malo.
–¿El qué?
–Burlarte sobrino, burlarte de otro, eso es algo malo, si mientes o piensas en hacer daño a otro por alguna razón, esto forma parte del examen de conciencia.  A medida que crezcas las cosas serán diferentes, ese mal que empieza con una simple burla se transforma en algo más y termina siendo peligroso. Por ello debes evaluarte constantemente sobre lo bueno y lo malo.
–¡No…! pero jamás he pensado en dañar a nadie.
El agua estaba hirviendo a borbollones, eso obligo a que mi tía se levantara, cogió el colador de café y agrego tres cucharadas de café dentro, de bajo había un recipiente de plástico. Se coloco el guante protector, agarro la olla y vertió el agua sobre el colador, y a continuación.
–Que bien. Debes enfocarte en los pequeños detalles; acuérdate el caso del robo, ¿recuerdas lo que le paso a tu hermano?
–¡Sí…! fue tremendo, mi mamá estaba que hecha chispa.
–Aprendiste que no debías hacerlo nunca, las consecuencias son incalculables, para cada acción hay una reacción, asimismo existen otros temas; el odio, la ira, la gula, la lujuria.
–Uff… Son bastantes.
Ella se sirvió una taza de café recién colado, dio un sorbo lentamente mientras me miraba, entonces mugió en confirmación de mi pregunta.
–Y como pretende ese sacerdote que yo sepa todo eso,  no tengo idea de que es gula ni lujuria ¿qué son?
–La gula –respondió –, es por lo general aquellos que se alimentan sin control y sin medida alguna, comen en exceso sin tener hambre, y, la lujuria pues si se te hará difícil entenderlo tan joven como estas, pero trata sobre el deseo de la carne al prójimo.
–Bueno entonces –lleve mi puño a la mesa en señal de desafío y golpee fuerte la madera.
–Cálmate ya llegará el momento. Ahora que ya estas entrando en una nueva etapa de tu vida ya debes conocer y vivir ciertas cosas, debes cuidarte de las amistades, algunas serán malas pero otras al contrario buenos.
Dio un segundo sorbo y un tercero, hasta acabar su tasa.
–Un examen de conciencia requiere de tantas cosas, aunque yo las desconozca ¿por qué es un requisito entonces? si no tengo idea por dónde empezar, aunque tú me lo estas explicando.
–No es que el sacerdote te hará preguntas, para nada, ni te dirá cosas complicadas, tú eres el que debe hablarle a él. El examen de conciencia sirve para prepárate a la confesión, donde se te absolverá tus pecados, si dijiste una mentira debes evaluarlo y decirlo, o si sientes rabia por alguien debes confesarlo.
–¡Ah, no eso si ya no me gusta!, y si después el va y se lo cuenta a otros.
Ella se reclino un poco sobre la silla para descasar su agotado cuerpo por todo el trajín de la noche elaborando mi uniforme. Aunque no estaba listo sabia que lo tendría para el momento en que iniciara actividades escolares. Dejo escapar una leve sonrisa que difícilmente pude oír.
–No para nada, existe algo que se llama secreto de confesión los sacerdotes por derecho divino de Dios están obligados a guardar el secreto.
–¡Ha guardarlo!, ¿y si es muy grave?
–Por lo grave que éste sea. No podrá contarlo a alguien, salvo que cuando él se confiese.
–Y es que también se confiesan.
–Claro, para ellos también existe la confesión.
–Entonces de seguro que él no le contará a nadie.
–Seguro, no tengas miedo, ten confianza y déjalo todo en manos de la fe, Dios siempre sabe lo que hace, y de seguro también sabe lo que hacemos.
–¿Dios entonces lo sabe todo?

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