En el liceo se guardaba
celosamente una habitación triste y olvidada, poseía el tradicional color blanco hueso con
una enorme franja de rodapié azul ambos colores en mate que lo hacían lucir
lúgubre. Entre seis metros de largo por ocho de ancho reposa la biblioteca, en
condiciones lamentables, pero diseñada para ser sombría y no estar a gusto en
ella.
Las mesas eran de color rojo ladrillo ajadas por tantos años de uso, recuerdo que los libros tenían ese olor peculiar a húmedo.
Las mesas eran de color rojo ladrillo ajadas por tantos años de uso, recuerdo que los libros tenían ese olor peculiar a húmedo.
Conocí un personaje intrigante del cual
empecé a gozar de conversaciones amenas y con el tiempo se tornaron sumamente
interesantes, aprendí un nuevo juego, cambie el TUNEL por ajedrez. Al principio
no le ganaba ya después fue otra historia, me enseño todo lo que el sabia de
aquel deporte y lo asimile lo mejor que pude.
Ese joven brillante disfrutaba
leyendo tanto como mi tía, creo que tuvo suerte de que su padre lo introdujera
en el mundo de la educación pues tiene madera para eso.
Estudio Matemática,
a ciencia cierta no sé si termino la
carrera. Disfrutaba como pocos en ese espacio tan sombrío. Pronto descubrí que
pagaban por leer.
Remodelo la
biblioteca y ahora es muy diferente (en mis ratos libres visito ese lugar), ya
para aquel tiempo él tenía una mentalidad política muy sagaz, pertenecía a un
partido y defendía sus ideales con buenos argumentos. Eso me apasionaba.
Su nombre: Cayo Mario, tenia
cualidades que no conocía aún, era pequeño mide un metro sesenta y cinco, relajado
como pocos, mis compañeros de aquel tiempo no lo querían de hecho se burlaban
de él a escondidas. Me parecía que su cerebro era como de seis personas en una,
conocía de todos los temas de ciencia y religión, nunca está callado.
Cuenta con el don de conversar,
estaba más que premiado y hacia buen uso de sus habilidades, en cuestiones de
mujeres resultaba ser todo un galán a lo mejor algo tenía que ver los texto de
Don Juan y Cyrano de Bergerac. Las mujeres; bueno mis compañeras lo adoraban. Yo
andaba en otra onda como se decía en aquel tiempo simplemente tenía otro planes.
Sé que su esposa resulto ser una ex alumna.
Sus preocupaciones
igual a las de todos, pero ha logrado dedicarse a eso que ama; su familia y sus
libros, pero su verdadero fuerte es la política ya pronto se darán cuenta el por
qué.
El bibliófilio resulto ser un
músico excelente, lo tenía en sus venas contaba con un grupo musical. Tuve la
oportunidad de ir a varios eventos donde su grupo tocaba para ganarse un dinero
extra (el sueldo no alcanzaba). Disfrutaba de sus mini conciertos en especial porque
elegían las letras de las canciones que hablaban de lo malo y lo bueno de la
vida. En cierta forma aprendí.
Desde la biblioteca me fui
desarrollando intelectualmente, empecé a leer y a mejorar mi forma de
expresarme al principio era muy lerdo y tosco con las palabras, estaba sorprendido
de lo rápido que mejoraba y hasta donde podía llegar. Pronto sin darme cuenta en
el ajedrez era más diestro, mis temas de conversación con él empezaron a tener
sentido, hablábamos de todo pero siempre los temas terminaban en Política,
desde el principio tuvimos ideales encontrados debe ser por mi inmadurez pero
ambos fuimos muy respetuosos en eso nos garantizó una buena amistad.
Muy pronto los temas eran apasionados
las revoluciones y los movimientos de masas, la euforia por defender algo
contrario a lo que el bibliotecario defendía el conflicto estaba muy presente
en mis venas, mi carácter fue formándose al calor del debate, hablar de igualdad
“un reto maravilloso”, el “interés
sociales” y el “bien común“, me forjaron el carácter, las matemáticas y las
ciencias me mostraban el mundo lentamente.
Esos debates fueron en aumento
exponencial hay echado sobre el piso y una montaña de libros que le servían como
respaldo para reposar su pequeño cuerpo, aquel día estaba inmerso en los
antiguos filósofos griegos en temas importantes.
– Ven… Ven, Arlequín pasa… Te
acuerda de Aristóteles.
–Algo –dije con tono dubitativo.
–Utilizo el término Politeia –su
ojos reflejaban un sorprendente brillo, como cuando a un niño cuando se le da
su regalo de navidad.
–Corrígeme si me equivoco pero; significa
“lo concerniente al estado”.
–Considero más valiente al que
conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más
dura es la victoria sobre uno mismo –recitaba cual orador, con una mano levantaba
el libro y la otra dibujaba círculos al viento. –Piensa esto amigo, somos presa
fácil de nuestras emociones. Aunque tú aun eres muy joven, imagina si podemos
dominar la rabia, la tristeza o la alegría. –uso de apoyo su mano para
levantarse, camino hacia mi erguido con voluntad de hierro, mirada fija y
misteriosa.
–¿Cuánto llevas sin dormir?
–pregunte con voz temblorosa.
–Eso es lo que menos importa –hizo
un ademan con la mano en la que yacía el libro, por unos instantes pensé que lo
tiraría al suelo.
Al llegar a mi lado me tomo por
un brazo una especie de magia lo poseía y seguía recitando.
–Cada uno juzga bien aquello que
conoce, y de eso es buen juez.
Actuaba como un loco para ser
franco, pero no entendía cual era esa actitud. Me soltó del brazo cerro el
libro y comenzó a caminar de un lado a otro. Su cabeza iba de un lado a otro como
repitiendo no, no, no. sus ojos acompañaban el movimiento sin parar.
–Vente sígueme, vamos a tomarnos
algo. –Chasqueo los dedos, como para volver en sí.
–Pero la cantina está cerrada ya
es hora de cerrar la biblioteca, todo el mundo se fue.
–Como se me ha pasado el tiempo
volando en la lectura. –Su rostro estaba pálido y sus ojos rojos por el
agotamiento.
Actuaba algo confundido como si
una orden o tarea le fuera dada del más allá. Yo a lo menos que llegaba era a
sentir curiosidad me lleve la mano a la boca pero me fue imposible impedir que
se me escapara una risa irónica a la que él no le agrado en lo absoluto, su
semblante cambio severamente era primera vez que le veía tan serio.
–Tienes tiempo sin venir donde
has estado, tus profesores me dicen que has faltado a clases –exclamo
preocupado–. Sabes que no debes faltar a clases aquí tienes un futuro.
Hay que
comprometerse, Hay que comprometerse –repetía una y otra vez– y tú te estabas
preparando creí que te interesaba, pensé que no eras igual a los vagos que no
saben que quieren ser en vida.
–Lo sé pero es que han pasado
muchas cosas y como siempre dicen: muy joven para entenderlas como quisiera.
–Bueno debemos irnos, ya es muy
tarde, vamos en el camino te explico porque actuó como un loco, que de seguro
lo estas pensando.
Salimos de la biblioteca echo
cerrojo a los candados, caminamos con rumbo a nuestros hogares y una vez fuera
del liceo, estaba un poco más relajado, hablaba sobre la juventud democrática y
su pensamiento político.
–Que era eso que estabas
recitando de Aristóteles, sonaba interesante pero poco escuche, estabas como en
un trance –llevaba mi único cuaderno de clases, donde apuntaba lo que me
interesaba. Reflexionaba en efecto el porqué de mis ausencias. La apatía de
clases era grande en aquel tiempo, sentía que lo que hacía no me llevaba a ningún
lado, recordaba como mi abuelo me decía “por tus propios medios”.
–No era un trance, quiero cambiar
la Política del país y para ello debo
prepararme y ¿cuento contigo? –en realidad no lo pregunto si no lo afirmo.
–Claro –respondí sin pensar en
lo que decía. Tenía mis propios problemas.
Caminábamos juntos hasta llegar a
la plaza del pueblo, el alboroto de los carros, la gente, el ruido ensordecedor.
–De verdad debemos luchar por cambiar las cosas en este país y ¡eres el
indicado! –Grito.
Yo estaba algo intranquilo por
los hechos ocurridos recientemente con mi hermano y la ausencia de mi maestra
todo eso me hacía pensar que frágil es la vida y cuanto importa. Todo era muy
reciente, en casa estaban muy ocupados con el trabajo del día al día (se tenía
que comer, no), la nostalgia se apoderaba de mi lentamente así que me
encontraba distraído sobre lo que se me estaba revelando con tanto detalle que
pronto el mismo Cayo se ocuparía de hacerme entender con más calma.
–De qué va esto Cayo.
–Ven a sentarte y te explico
–miro su reloj–, aun tenemos algo de tiempo.
Nos sentamos en uno de los banco
de la plaza y acto seguido se produjo la conversación sobre los filósofos griegos.
–Mira en principio debes
interesarte por la Politeia. Estudiar
a Platón, Sócrates y Aristóteles sabes todos ellos se interesaron por las ciencias
y la existencia humana y la mismísima política de la que tanto hablan. ¡Ah, Sócrates…!
de él es muy importante hablar.
–¿Por qué?, que los hace tan
importante. –interrumpí.
–Sócrates fue juzgado por no reconocer
a los dioses atenienses y corromper a la juventud, tuvo la oportunidad de
escaparse y no lo hizo. Ahora bien, él fue maestro de Platón quien trabajo
fuertemente en la República y a su vez éste fue maestro de Aristóteles –su
manos entre lazadas y laxas sobre sus piernas, miraba inspirado los poco arboles
que habían a nuestro entorno.
Mi mente divagaba sobre un mar
de dudas, pero al igual que Cayo estaba entretenido deleitándome con la
naturaleza, el maravilloso follaje que se extendía frente a mis ojos, la gente
pasaba una tras otra. Fue entonces cuando volví.
–Y, ¿cómo murió?
–Simple. Envenenado.
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